Jorge E. Linares
Abril 8, 2023
Se piensa que la bioética sólo se ocupa de los problemas médicos. V. R. Potter, quien acuñó el término bioética en 1971, propuso en 1988 la noción de “bioética global” para encarar también los problemas ecológicos y asegurar el porvenir humano. Potter señalaba que la bioética médica no suele entender los problemas de salud interrelacionados con conflictos sociales y con los desequilibrios ambientales. Esa perspectiva individualista ha estado influida por una visión neoliberal en la mercantilización de la medicina; y es una de las principales causas del fracaso sociopolítico de la bioética y del freno a una genuina ética cosmopolita.
Todos los problemas biomédicos son, a la vez, socioambientales, y estos repercuten en la salud. La vida humana tiene valor en comunidad, y en relación equilibrada con los ecosistemas de los que depende; la salud de nuestra especie no es sustentable sin la salud de todo el planeta, como afirmaba Potter.
La preservación de los ecosistemas y la calidad mínima de vida para toda la humanidad son los fines de la bioética global; sólo podemos alcanzar una supervivencia con calidad de vida aceptable si mejoramos la “salud” ecológica. Necesitamos recuperar una relación simbiótica con la tierra.
Potter planteó que una bioética global debía atender los problemas que en ese momento consideraba cruciales: detener la sobrepoblación mundial, legalizar el aborto y la eutanasia, evitar conflictos bélicos (que hoy vuelven a estallar), reducir la contaminación acelerada (hoy agravada por el cambio climático), la pobreza y la creciente desigualdad socioeconómica mundial.
Potter proponía que la bioética global debe construirse desde la conciencia de nuestra interdependencia con respecto a los ecosistemas y seres vivos, en contraposición a la idea antropocéntrica de que la humanidad puede sobrevivir en una civilización tecnológica depredadora, que bien podría colapsar pronto. Para conformar esa bioética global es necesario cuestionar los proyectos biotecnológicos más riesgosos, la devastadora explotación industrial, la desconexión cognitiva y emocional humana con respecto a la naturaleza, así como el inequitativo acceso mundial a los servicios de salud.
Los problemas globales se caracterizan por ser persistentes, expansivos, interconectados entre sí, pero dispares. Un ejemplo ha sido la necesidad de producir y distribuir vacunas a todo el mundo ante la pandemia. El reto era eminentemente global porque traspasaba fronteras y divisiones políticas. Pero prevalecieron en la gestión de la pandemia el nacionalismo chovinista y los intereses comerciales de las farmacéuticas, cuando se exigía responsabilidad y solidaridad internacionales.
Las respuestas a la emergencia sanitaria debieron ser globales: coordinadas y equitativas en todas las regiones. Pero, por desgracia, hemos atestiguado cómo fallaron los mecanismos internacionales para una rápida y justa vacunación mundial. No llegaron a tiempo a los más pobres. Apunto algunos de los desafíos que deberá abordar la bioética global desde una visión prospectiva de justicia cosmopolita:
- Epidemias y pandemias (nuevos virus por zoonosis)
- Distribución de medicamentos y tecnologías médicas
- Control del tráfico de órganos y tejidos
- “Turismo médico” y gestación subrogada entre personas de distintas nacionalidades
- Trastornos mentales y emocionales que dejó la pandemia
- Derechos reproductivos y sexuales
- Eutanasia y ayuda médica para morir
- Regulación de terapias de edición genética
- Protección de información genética
- Investigación biomédica y farmacéutica “multicéntrica”
- Desarrollo de inteligencia artificial en sistemas de salud
- Efectos del cambio climático
- Destrucción de ecosistemas
- Pérdidas de biodiversidad por extinción de especies
- Contaminación y agotamiento de recursos naturales (como el agua)
- Producción y distribución sustentable de alimentos
- Reducción de producción industrial de carne
Jorge E. Linares
Profesor titular de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y miembro del Colegio de Bioética